Tengo que resignarme
a que las bocas de los amantes
se resquebrajen en la oscuridad de una fosa
sus abrazos sean una orgía de huesos
y sus embelesadas miradas se hundan en la tiniebla
A que la madre y su niño se resequen
en un abrazo con el escozor de los terrones de tierra
El hombre valiente, allí debajo
quede herido por siempre en el anzuelo terroso
La sonrisa leve de los ancianos sea mueca desencajada
en un par de calaveras amarillentas
A que la luz del sol y la luna queden sofocadas en la tenebrosidad
y la risa y el llanto sean al unísono polvo y más polvo enmudecido
mientras el corazón de la tierra asfixia todo entre sombras y silencios
Abajo muy abajo
en una cárcava
abandonada de todo
renunciando a todo
aislada de todo
yace la vida destruida en un mundo que ya no existe
en el orbe de la muerte
Allí deshaciéndose entre osamentas y negruras
la cerrazón de la tierra
Amargo pesar
en el que hasta la pena se acongoja más
¿Y tengo que resignarme?
María Cristina Solaeche Galera