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¿Y TENGO QUE RESIGNARME?

Tengo que resignarme
a que las bocas de los amantes
se resquebrajen en la oscuridad de una fosa
sus abrazos sean una orgía de huesos
y sus embelesadas miradas se hundan en la tiniebla

A que la madre y su niño se resequen
en un abrazo con el escozor de los terrones de tierra

El hombre valiente, allí debajo
quede herido por siempre en el anzuelo terroso

La sonrisa leve de los ancianos sea mueca desencajada
en un par de calaveras amarillentas

A que la luz del sol y la luna queden sofocadas en la tenebrosidad
y la risa y el llanto sean al unísono polvo y más polvo enmudecido
mientras el corazón de la tierra asfixia todo entre sombras y silencios

Abajo muy abajo
en una cárcava
abandonada de todo
renunciando a todo
aislada de todo
yace la vida destruida en un mundo que ya no existe
en el orbe de la muerte

Allí deshaciéndose entre osamentas y negruras
la cerrazón de la tierra
Amargo pesar
en el que hasta la pena se acongoja más

¿Y tengo que resignarme?

Autora: Tiina Menzel
Técnica: Ilustración digital.
Año: 2018

María Cristina Solaeche Galera

SÓLO ESO QUIERO. NADA MÁS

Quiero encontrarme contigo recostarme contigo. Nada más.
también quiero imaginarte impulsivo y fogoso como el sol del Este
y algo más
escuchar el golpeteo encabritado del corazón en tu pecho. Ya está.
un poco más zarandear mis labios húmedos sobre los tuyos
y acaso
atarme a la lazada de la mirada de tus ojos. Suficiente.
también me antoja envolverme en la parábola de tu aliento
y de este modo
delinear el lunar atrevido de tu mejilla. Es todo.
quiero enredar mis dedos en el torbellino de tus manos
y al mismo tiempo
unir  mis gemidos a los tuyos. Solo eso.
aprisionar la huella del anochecer en los cabellos
y así
aventurar y turbar mis deseos en tu vientre.

No hay tiempo que perder
afuera solo queda el mundo
y el corazón de la tierra.

María Cristina Solaeche Galera.

Autor: Egon Schiele
Año: 1917
Medida: 61x50cm
Técnica: Óleo sobre lienzo
País: Austria.

CUANDO LLEGA LA MUERTE

He aquí la muerte inagotable desde el principio del mundo
porque un día nadie se paseará por el tiempo
Vicente Huidobro.

Cuando llega la muerte
hay que silenciar la palabra
acallar bruscamente la voz
hay que perder el terror a la perpetua oscurana
de las sombras de los dioses
emborronar lo que vio la última mirada
y desatar las amarras de la nada

Cuando llega la muerte
y se sostenga en el cuerpo
invada el lugar donde la carne gime
roten los ojos hacia la oscuridad
escape el aliento por la hilacha de la piel
y se hiele el viento que queda en el pecho
ya no hay pensamiento
para la sangre de las memorias

Cuando llega la muerte
zarandeando sus alas
en un vuelo enlutado
y los sollozos cenizos
den dentelladas en la boca
lanzando quejidos al horizonte
se morirá infinitamente
en una finitud eterna

Hay tanta muerte en el clamor de la vida.

María Cristina Solaeche Galera.

Autor: René Magritte
Título: Le secret du cortège (El secreto del cortejo)
Año: 1927
Técnica: Pintura.
País: Bélgica.

El caudal del agua rescata las memorias del poderío del olvido: sobre MEMORIAS DEL CAUDAL de ALEXIS FERNÁNDEZ QUINTERO. Por Maria Cristina Solaeche

Si la vida navega siguiendo el curso de las aguas
y la muerte a contracorriente
no podemos conocer la desembocadura.

Si la vida navega a contracorriente
y la muerte siguiendo el curso de las aguas
no podemos conocer la fuente.
Vladimír Holan.

Olvidar en el agua la espesura del cuerpo
ceder las quemaduras
anegar esta dura conciencia de los días que desgasta.Sentir todos los muertos
naufragarlos.

Sosegarse y volver al viaje que dejamos.
Eleazar León.

Alexis Fernández Quintero, es un poeta Ad infinitum, es y será poeta sin límites, hasta el final de su existencia.

Puso a mi alcance, su poemario Memorias del caudal; después de leerlo, quedé prendada de sus poemas, hermosos todos, intensos todos, y me propuse escribir sobre esta obra poética. Este escrito, es el resultado de su lectura y exégesis.

Desde el poema inicial de la obra Memorias del caudal, su autor, el poeta santabarbarense Alexis Fernández Quintero (16 de julio de 1951. Santa Bárbara, estado Zulia, Venezuela), crea un lenguaje de vivencias, un lenguaje que podríamos llamar de hecho, el de la naturaleza; en un tiempo que peregrina entre el pasado y el presente, que imbrica recuerdos de hechos pretéritos y actuales del mundo en que vive la poética de la sensibilidad de este escritor. La idea central del poemario está ya señalada por el título, y se mantiene signada en todos los poemas.

Cada poema aferra el cosmos que rodeó y rodea el mundo santabarbarense del poeta, cada uno debe leerse en función del resto, y el libro como todo un poema holista, en que cada verso va escuchándose en sí mismo lo que el río, el agua, los antepasados, los árboles, los pájaros, el paisaje… van confiándole, expresándole lo que fue y es el destino de esa región del sur del Lago de Maracaibo, abrazada por el caudal del río Escalante, logrando el poeta, un excelente equilibrio entre la subjetividad y la objetividad.

El poeta Alexis Fernández nos rememora en Memorias del caudal, a sus ancestros, a la madre en la que florecen sus consejas en las orquídeas, al padre tomando en sus manos la noche y regresándolas a la luz, al río, a las palabras del vendaval, la plaza, las ranuras de las cañabravas, el cementerio con sus cruces y capillas, los árboles del patio en los que se estremecen cuerpos, el baúl de ceiba, las piedras del fogón, el aguazal, los pájaros de mal agüero, los ecos del agua, las tinieblas de los cuartos donde se reía y se lloraba; todo lo escribe en un tono encantatorio que da toques mágicos al poema. Cada verso pone en evidencia, la necesidad existencial que le urge, que apremia al poeta, para expresar las épocas que vivió y aún se viven, su universo personal en composiciones poéticas que son fruto del temple de ánimo que surge y lo invade al escribirlos, en un lenguaje imagen de las vivencias sensitivas en el sucederse del tiempo, en el que la temporalidad es determinante en la obra, tal como la considera el filósofo alemán Heidegger en su obra Ser y tiempo, en la que el sentido de ser está íntimamente dependiente del tiempo. Así, a través de sus memorias que viajan en la corriente del caudal del río Escalante en el tiempo, Alexis Fernández, recupera las pisadas transitadas, las hace sobrevivir en el turbión del tiempo que se empeña en sepultarlas y levantar los muros de las ausencias; el poeta las convierte en experiencias del presente a través de la realización estética del verso.

El poeta destruye la continuidad del tiempo encadenado para construir un instante complejo, para unir sobre ese instante numerosas simultaneidades. Gastón Bachelard.

Hay tres tiempos, presente de lo pasado, presente del presente y presente del futuro. El presente del pasado es la memoria; el presente del presente es la visión, el presente del futuro es la espera o la expectación. San Agustín.

En el poemario Memorias del caudal, Alexis Fernández logra un muy singular dominio de las figuras literarias; con una riqueza de imágenes sensoriales: auditivas, visuales, táctiles y hasta olfativas en la imaginación del lector, escribiendo poemas que destellan el lucimiento y la rebeldía de la naturaleza, en un mundo de agua y de nostalgias.

Alcanza elocuentes metáforas que hacen afines vocablos opuestos o lejanos La mudez entonces / es llovizna en los ojos. La lágrima esa que baja / a beber de tu rostro. El terco lirio / sobre las aguas hace su recuento. Pero no se agota allí su creatividad, relucen la prosopopeya y la prosografía, figuras retóricas que atribuyen cualidades humanas a seres no humanos, haciéndoles poseedores, del lenguaje la primera y centrada en la descripción, en la écfrasis de los rasgos exteriores la segunda; los neologismos, en este poemario son varios, son giros nuevos que nacen en una lengua originada en expresiones de la lengua andina materna, y otros, son palabras de ese universo que el poeta lleva en su interior, todos ellos alejados de significaciones oficiales o triviales; los quiasmos, que ya desde el mismo título, al disponer en órdenes inversos dos secuencias consecutivas con el entrecruzamiento de las palabras de Memorias del caudal, en Caudal de las memorias, estamos en ambas versiones por igual, ante un río, que en su corriente lleva las memorias del pueblo santabarbarense resguardándolas en su caudal, convocando desde sus riberas temporales y espaciales las evocaciones emisarias de nostalgias.

Los poemas se solazan en cada uno de los versos, con la misma pertenencia con que el agua va relamiendo el pueblo, el río de la infancia, el de los muertos, el de las ausencias. Como el río del filósofo griego Heráclito, personaje conocido como El Oscuro del Éfeso, que afirma: Sobre aquellos que se meten en el mismo río pasan aguas siempre distintas y las almas se alzan exhaladas de lo húmedo; es un tiempo el de los poemas, donde todo fluye, donde somos y no somos.

El río Escalante, columna vertebral por donde transita el agua de los recuerdos, las humedades de la memoria; no es un lago estático, es un río en agite continuo y cuyas remembranzas avivadas en su caudal, el poeta intenta protegerlas del olvido y revivirlas con la palabra poética; siempre con la naturaleza como el telón de fondo de esos sus viajes interiores, en los que la poesía es el discurrir sobre el río de sus propias evocaciones.

Caudal que deshace la casa de arcilla
Cauce que funde el patio de grea
Escalante de tus aguas más adentro del sueño
Hay una madre de agua que bebe de tus ojos
Eres el río que se mete en la casa
Eres el río que sale del sueño

El poeta descubre y hace tomar cuerpo a la misteriosa esencia humana, de las cosas y de los animales, la relación entre lo visible y lo invisible, la relación entre los acordes secretos. Vladimír Holan.

El agua está siempre presente en la obra de Alexis Fernández, tanto en la narrativa como en el poema. Recordemos el poemario Caligrafías del agua, que reúne tres poemarios: Linaje del Sur, Costa Lejana y Árbol de Sombra, en el que encontramos versos como este: Sólo una escritura humedecida / que grita desde su ansiedad, y ¿Cuánto de mar / hay en un cedro / si la brisa en su ramaje / desencadena tormentas?; la novela Turbio Fontanero: Del agua somos, hacia el agua vamos (…) El agua es nuestra naturaleza (…); Días de Gracia, en donde con una prosa en trance entre la poesía y la narrativa nos dice el autor “Está presente como un pálpito, el mundo acuosos y mineral de mi infancia”; La casa de la bahía, que en el mismo título nos conduce al agua , a la ensenada, al estuario.

El agua, su agua, funda el entramado verbal del poemario. Tiene un claro simbolismo este vocablo que representa en el poemario, los extremos: vida y muerte, fertilidad y extinción, vitalidad y finitud. Es la enjundia que lleva a la claridad, a la transparencia, a la reducción de la sombra, pero también, a la mancha, al lunar, a la mácula que ensombrece la huella del hombre. La tierra y el agua se enlazan y se retienen, gritando sus voces a través de la voz del entorno del paisaje en cada poema.

Nos encontramos con una espléndida riqueza en la sinonimia de la palabra agua, se acrecienta con un sinnúmero de vocablos; entre ellos hallamos algunos como: aguazal, chubasco, inundación, temporal, invierno, vendaval, intemperie, nublado, llovizna, viento, navegar, granizo, niebla, garúa, aguacero, manantial, neblina, cuenca de un lago, niebla, lluvia…

Omitir las inundaciones de julio
para no andar con las cruces
del cementerio entre los pies,
para no tragarme la cal de los muertos
que siguen mirándome más allá de
ese invierno sin tregua.
Invoqué en el silencio de mis oraciones
la potestad de un octavo día
cedido al relámpago del Catatumbo
como un noble tiempo
donde aplacaran su furia los Demiurgos
del cielo.
Me comí las palabras del vendaval
para no andar en zancos en los patios,
para no desandar en la intemperie
y esa embarcación que tomé a tientas,
a palmos de lo nublado
es proa a pique
es continuo destierro de mis huellas.

Al hacer memoria, al mirar hacia atrás, al evocar, el poeta Alexis Fernández, vuelve a caminar sobre las pisadas del pasado y revivir en los versos las voces de sus difuntos; resguarda la sombra sobrenatural de la eternidad, encarnándola en la naturaleza santabarbarense, trayendo al presente los misterios de mas allá de lo oculto. El amor y el misterio se enlazan en el hondo lugar de la mente humana, donde la muerte, en las voces que resucitan de los seres que fallecieron, se asoman y manifiestan en las visiones ancestrales de los pájaros, los árboles, las casas,… y en ellos mismos que renacen de nuevo en cada verso.

La casa de recia cumbrera
contra los vientos de enero ya no está.
Sólo una charca agrillada
con la hierba al ras de la rodilla
soporta mis pasos.
Sin embargo abro la puerta.
Camino en las filtraciones
de la palma real que hace luz a mis pasos.
Tomo agua de la tinaja
donde abreva la lagartija
y palpo la sed de mis hermanos
que ya no están si no prendidos de las cabuyeras.
Veo a mis padres
haciéndose los dormidos,
bajo la órbita de un beso entrañable,
unidos en un abrazo bajo las estrellas
mientras la noche
avanza en las rendijas de las cañabravas.
¿Qué estrellas unen su fulgor
mientras juegan a los dormidos?
¿Qué ríos navegan en sus sueños
ahora cuando no están
y aún danzan en las tinieblas del cuarto?

A esta hora mis padres
juntos en ese abrazo de la sombras
trasponen el cancel
rumbo a las tinieblas del cuarto
donde todavía juegan a no ser vistos.
A estar sólo en el ojo de la tórtola.
A ser rayo en el musgo.
A ser hoja de cedro mitad de la tormenta.
¿Cómo saber cuando no estás,
si aún detona la guacoa en el barzal?
Si en su patas se enreda
la huída de la hurona,
si entre silencios huye el aguantapiedras
si en su visaje sangra la higuera.
¿Cómo
si cuando no vuelves
hay un temblor de pisadas en el bosque?

El río del poeta, su río Escalante, que remonta desde el páramo La Negra, en los andes tachirenses y desemboca en el Lago de Maracaibo, atravesando el terruño del escritor y el lacustre paisaje de Santa Bárbara; con sus olvidos y evocaciones entre sus dos orillas, de un pasado de agua a un presente de agua, fundiendo la frontera entre la vida y la muerte.

Hay un río
en la garganta del juangil,
cuando se nombra a sí mismo,
cuando tira de lo aciago.
El río regresa turbio
y estalla el caudal en sus venas.
¿Dime si no lo escuchas
cuando truena
y él apaga su canto?
¿Dime si no es esa grima
que se deshace en el torrente,
la que lleva ese destello
en la garganta?

Ese pensado
en la mudez.
Esa ingravidez
de canto y plumas,
no tiene peso
más que el cuerpo de su canto.
Una sola de sus plumas,
grava más que su cuerpo.
¿Dime entonces
como eleva sus endechas
en esa intemperie que nos aguarda?

Los árboles, sus árboles, con los que crea todo un sistema de símiles y metáforas vírgenes, que plasman memorias, visiones y añoranzas.

El pardillo Esa mesa de pardillo rojo / que hace de repisa de sahumerios / arde en su corteza con sigilo, el cedrillo El mocho de cedrillo recostado al dintel, / guarda del descanso a los dormidos, / anda a tientas en la sombra, la ceiba Los baúles de ceiba / donde se apareja el adentro, / es ronca tumbadora en la niebla, el lirio de agua, la majagua y sus parientes los platanares, las cañabravas Los almanaques / en el temperamento de los astros / fijaron celebraciones / en la tiza de las cañabravas, las ortigas, el musgo En el musgo crecido en las tinajas / hay espejos hundidos en sus barbas, la pomarrosa, el mugí La cruz de mugí del tinajero / centenaria en su hincadura / duele más donde no se aplaca la sed, / donde velan las vírgenes de las ventanas, la higuera Ahora cuando la higuera / gira en el bosque, el curarire Viajan en el hollín, / en la lumbre de las ranuras del curarire., las pomarrosas…

¿En que lugar de mi sangre
andan las pomarrosas del patio?
¿Dónde se juntan sus copos de azúcar
cuando esa centella de la tarde
enmudece con su luz?

El jobo rojo La hoja del jobo rojo / o del árbol ensimismado bajo la lluvia / tarda en caer ante mi paso.

Volverán en las muescas
que dejan los candeleros.
En el taño de los árboles.
En la hoja que sigue en la brisa sin caer.
En el canto de la tórtola
anidado de sus decires.

Las aves, sus pájaros. En el poemario aparecen aves de mal agüero en las costumbres de la superstición del campo.

La guacoa y el juangil con sus cantos.

La guacoa y el juangil,
inundaron su grito en el alambre de púa.
Algo de su canto
aún rueda en el barzal,
en el chasquidos de las majaguas
en la llovizna de las cepas,
en la herida de más adentro.
Cuando cantan,
pasa el visaje de lo oscuro,
roto en la púa,
enredado en su lamento.

El juangil la casa es siempre vertida / al caudal del Escalante / en la garganta del juangil.

Otros pájaros como la tórtola.

¿Dime
sino es la tórtola,
la que serena la tormenta?
La que de adentro cuando truena,
la de afuera cuando no escampa.
¿Dime cuando enmudece
si no desandas?
¿Dime cuando germinan las brozas
si no escuchas su canto,
más allá del barro
donde el juangil guarda su lamento?

El aguantapiedras Más brusco adentro / el aguantapiedras lleva su república. (…) hay un caballo soberbio / en el castaño de sus ojos, el pitirrí, el oscuro guamí ¿Dime si no es esa guazábara / la que quema tus ojos / cuando el guamí raja su canto?, el raboblanco hundiéndose en el montascal, el Dios-te-dé, las tintojeas el colegio de los potros /comen hierbajos con las tintojeas en sus/ lomos, el pájaro león y alimenta al pájaro león con su mirada, los gallos Cuando el acorde de los gallos / es astilla entre los árboles

Los personajes, sus personajes, como Lucinda, una mujer que atiza campos en la niebla.

No quieras sentir cuando no estés.
Es más largo el suplicio
en los ojos de Lucinda
cuando descuida la memoria
Ella más allá de tus ansias nombra
la ausencia.

No está el fogón
las piedras dicen de otro fulgor.
Aún las brasas están encendidas.
No se si en la esquina
donde Lucinda atrapa sus destello.
O en la piel donde se hizo candela.

Lucinda atrapa sus destellos
en el hollín del fogón
cuando se desvanecen sus presencias
en los agujeros volátiles del mediodía.

Chumba Ebi Onésimo, tres personajes en uno, en dos, en tres… habitantes de la infancia del poeta, quienes respaldan el arrojo y la intrepidez de las fundaciones, y despliegan la fiereza de eternizar la incitación del ambiente. Permanecen retorcidos en los taños de los árboles, aparecen con los aguaceros y desaparecen en el paisaje.

Trabajadores del campo cuya piel y ropa, sudor y gestos se corresponden con los oficios del agro: al trajinar esos oficios (jornaleros, peones, jinetes etc.) reproducen esas mismas prácticas en sus presencias.

Nadie nombra al descampado,
nadie que no sea Chumba,
Onésimo o quizás Ebi,
lleva las señales al muelle,
sólo un grito incinerado en el limo,
un grito donde no se oye.

Chumba Ebi,
adelantan sus pasos
en la mancha de las cepas de plátano,
en el charco cuando desvanece sus huellas,
allí oscurecidos siguen sin regreso.
Onésimo
desata ríos en las cacimbas de Santa Elena.

Habías dicho que Ebi
Chumba
no estaban
si no que eran parejo con lo ido.
Onésimo
en lo marrón de la mancha,
a palmos de ausencia,
sin llegar de lo perdido.

Aparece en la dedicatoria del poemario Memorias del caudal, Israel Ríos, un personaje icónico emparentado con Chumba, Ebi, Onésimo.

Para Israel Ríos
el caudal que nombra tus sueños
lleva notas en el abismo de sus latidos
en esa lágrima asida de nube,
en esa soga de ninguna bestia.

Y cuanto más impalpables son estos personajes, más presentes permanecen en las memorias del poeta, desliéndose en el paisaje y gritando retadores desde las ausencias, empecinados en no ser borrados de la memoria del poeta.

Un personaje legendario, Orión, alusión de la mitología helénica al gigante hijo de Poseidón y Eriale Adentro Orión / encandila las ranuras del misterio.

La hora nona de más acá,
es el cauce hecho de piedras.
En las hogueras de la hierba
Jesús Ríos advertirá las señas de Orión.
Ese hueco en lo nublado
es la ronda de las cigarras en la niebla de la tarde.
Es el agujero del juangil
cuando el caudal viene de regreso.
Sabes que la tarde camina
devorándose en los ojos del lechocero.

Los lugares del poeta, sus lugares, las callejuelas de Puerto Concha, el pueblo de Garcitas, “la ciudad inclinada” sepultado por el río Chama, y señalado el lugar por las garzas que anidan en la cruz de la iglesia que sobresale de las aguas, el Congo Mirador, la tierra tentadora de Onia…

Dejé de nombrar,
el ojo de agua de Santa Bárbara
a palmos de respiro,
las callejuelas acienadas de Puerto Concha,
la crus de Garcitas arrasada en la niebla,
las casas del Congo Mirador
a nado en las aguas,
el chubasco de Santa Ana
comiéndome la garganta,
para que no tronara aquí adentro.

(…)

Lo mismo Onia,
esa tentación de la tierra
que regresa en los frontales de los cedros,
sin percatarme que es rezo
adentro en el temporal.

Dices
desde adentro
para que no llueva en el barzal,
para que no caiga granizo
desde Onia.

El poeta ha creado un mundo de singular belleza, que los símbolos hacen transparente. El árbol cósmico, las aguas sagradas, la tierra-madre, las casas, forman parte de ese mundo trascendente y eterno. Lilia Boscán.

Como alguna vez dijo Gabriel García Márquez: “…escribo para que mis amigos me quieran más”. Salvando las distancias hago mías esas palabras del Gabo. Me gustan los lectores que disfrutan al leer un texto. Ser poeta es una inequívoca posición ante la vida: abismado ante el sortilegio de la vida y dispuesto a vivirla en sus más diversas expresiones.

Aún no he nacido
y ya navego
en el ardor de un beso entrañable.

Memorias del caudal. Alexis Fernández. Fondo Editorial UNERMB. Colección Poderes creadores del pueblo. 130 págs. 2018.

Prólogo. Viajeros cubren las distancias en Memorias del caudal de Alexis Fernández. Pedro Cuartín Torres (1949-2016) Coro. Estado Falcón.

Ilustración: Memorias del caudal, por Ender Cepeda. Técnica: Tinta china sobre papel. Año: 2012.

EL MUNDO CENICIENTO DE MARCELO. De María Cristina Solaeche Galera.

La belleza de las cosas existe en el espíritu de quien las contempla.
David Hume.

 Después de todo, la pintura se ha de hacer tal como uno es.
Juan Gris.

Se le paraliza el cuerpo, siente la lengua de plomo, los labios se le entumecen, los párpados cargados y pesados le obligan a entrecerrar los ojos que apenas vislumbran fuertes destellos luminosos a través de los lentes, le hormiguean las palmas de las manos y los pies, tiene sed, una sed intensa, le tiembla el pulso y siente miedo, mucho miedo.

A los cincuenta y tres años, Marcelo Guevara ha sufrido un accidente cerebro vascular que le deja dañadas en la retina, las células receptoras del color. A partir de ese fatídico suceso, por más dolorosos esfuerzos que hace con los ojos, la visión solamente distingue el blanco, el negro y las tonalidades intermedias de grises entre ellos.

Marcelo es un destacado pintor de colores intensos, vivos, de una rica policromía en su paleta. A partir de ese momento, se siente desvalido; hasta el penetrante calor del sol en la tropical ciudad donde vive, lo recibe en el rostro con resentimiento, al imaginar el recuerdo de sus cálidos colores luminosos.

Sus lienzos de esplendorosas tonalidades, los pomos de colores, la paleta, los pinceles, todo lo arruma a una esquina de su taller.

Ahora, contempla las frutas, los paisajes, los rostros, los animales, todo lo que le rodea tiene el color de las ratas, las personas todas ellas con cabelleras entrecanas envejecidas y cuerpos y ropas del color de la ceniza. Le cuesta mucho comer, los alimentos son grisáceos, siente que comiera piedras o gusanos.

Se sienta pensativo frente a su pequeño jardín, ahora gris oscuro; es un jardín extraño, casi pesadillesco, y él se esfuerza en imaginarlo verde y luminoso, salpicado de los rojos, amarillos y lilas de las vibrantes flores. Su perro, un boxer nervioso y alegre, está enroscado a sus pies, tiene al menos tres tonalidades canelas, pero para Marcelo es ahora de un gris pardusco en el que resaltan las dos almendras negras de los ojos.

Se sorprende al darse cuenta, de que todos los días el cielo parece insinuar una lluvia que se avecina, es gris plomizo más claro o más oscuro, con nubes imitando gigantescos algodones blancos. Es inútil, por mas que extiende la mirada hacia el firmamento, aunque lo mira con fijeza, allí está siempre, un cielo ceniciento.

Le quedan los recuerdos, la sangre roja de la memoria. Se esfuerza Marcelo en recordar diariamente los hechos sucedidos en su vida, como quien medita, él intenta acordarse desde los más simples a los más complejos, los arduos, los peligrosos, los tiernos, y atormentado nota, que las  evocaciones van perdiendo gradualmente los colores propios, y en su lugar, son suplantados por los tonos del gris. 

Llegan las noches, y con ellas los sueños. Cada anochecer, los colores se esfuman gradual y paulatinamente. Se despierta en medio de las sombras, cerrando fuertemente los ojos, queriendo retener las coloraciones soñadas. Pero irritado se da cuenta, que unas veces falta un color, otras varios, hasta que  al transcurrir más de un año,  quedan solamente el negro, el blanco y las tonalidades intermedias de grises. Marcelo se desespera, se desazona y  angustia al recordar el sueño, pero tarde o temprano, sabe que tiene que aceptar racionalmente lo que le está ocurriendo.

Sucede que a veces, los males suelen potenciar la creatividad, y paradójicamente, ayudan a que afloren poderes creativos que estaban latentes en la buena salud al no tener limitaciones, y que al tenerlas, suelen ellas ser estímulo para logros y adaptaciones fascinantes.

Así pasa con Marcelo, a medida que transcurre el tiempo, él se adapta lentamente a sus privaciones. Una nueva paleta, nuevas pinturas en colores blanco y negro, nuevos pinceles vírgenes, y hasta un nuevo caballete sustituyen a todo lo anterior.

Para motivarlo, para ayudarlo a salir de la terrible depresión en que está sumido, amigos, y amigos de sus amigos, organizan una exposición en el museo de artes plásticas de la ciudad, con casi toda la obra que ha pintado desde que reinició paulatinamente el pintar, después del accidente, y lo sorprenden llevándolo amigablemente a ella. La crítica elogia su obra.

Comienza a pintar con el blanco, el negro y sus matices, y empiezan a surgir nuevas obras que la crítica de la plástica recibe con muy buenos comentarios.

Marcelo, como pintor, va descubriendo motivaciones e intereses en sus nuevas y muy diferentes obras, y se apasiona por ese nuevo mundo ceniciento de sus lienzos.

Seis años han transcurrido ya desde el accidente cerebrovascular, un equipo médico llegado de Francia, con los últimos descubrimientos en esa dolencia, le propone operarlo, asegurándole que se restablecerá de nuevo la percepción de todos los colores.

Mientras los médicos le exponen la situación, Marcelo sentado enfrente de ellos, desvía la mirada hacia el techo blanco del consultorio, luego, se queda mirándose las manos cenicientas, que están abiertas con las palmas extendidas sobre las rodillas, mientras chispas luminosas grisáceas bailotean a su alrededor. Se concentra en aclarar el tumulto de pensamientos que se le atiborran repentinamente la mente.

Se sorprende atenazado por un nuevo sentir, algo que no ha experimentado nunca. De manera, que ahí se encuentra Marcelo a sus cincuenta y nueve años, con una propuesta casi inaudita que le permitirá volver al mundo del color otra vez.

Puede haber sentido euforia, una alegría desmedida después de seis años grises, incluso no duda un instante en aceptar la propuesta médica.

Pero Marcelo es un hombre distinto a la mayoría, y es un pintor diferente. Se frota los ojos por debajo de los anteojos, y con serenidad, ante el asombro del grupo de galenos que mantiene un murmullo persistente, rechaza la propuesta.

Aprendió el artista plástico, a concebir el mundo hermoso en blanco, negro y las gradaciones entre ellos. Adquirió el dominio de la luminosidad de un mundo bruno, de una naturaleza nívea, de un firmamento grisáceo; un universo ceniciento es ahora para él, un universo magnífico, enormemente soberbio, no es ya para él un cosmos irrealizable en sus telas, al contrario, es fantástico, plasmándolo así en sus lienzos lo que le quede de vida.

Todo el día el sol estuvo radiante destellando naranjas y amarillos, y las escasas nubes de un azul claro e inmóviles apretaban el aire.

Al salir del consultorio, Marcelo se aleja haciendo un gesto sutil con la cabeza, como si intentara acallar lo que había oído un rato antes, y mirando hacia arriba con sus inquietas pupilas, contempla extasiado, un maravilloso sol intensamente cenizo que empieza a deslizarse entre vistosas nubes de color humo, y el planear espléndido de una bandada de hermosos pájaros negros.

Un día como este, un artista como Marcelo se siente feliz.

 

UN GRITO POÉTICO IRRUMPE EN EL SILENCIO DE LA MUERTE. Por María Cristina Solaeche Galera

Esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo…

Para todos tiene la muerte una mirada.
Cesar Pavese

Es en nosotros, y no en otra parte,
donde se halla la eternidad de los mundos.
Novalis

El nudo de un grito irrumpe y se atraganta en la garganta, veda la voz, roba las palabras. La muerte precede al vocablo y cada muerte tiene sus muy ajustadas palabras; entonces, solo entonces, queda visible lo que  pertenece de ella al ser y a su tiempo.

Nos preguntamos: ¿Hay una sola entonación al morir? ¿Hay una sola  voz en la muerte  y el resto son tonalidades?  ¿Es un muro levantado por el silencio?

El epígrafe que acompaña a este ensayo a modo de frontispicio, es la voz del poeta italiano Cesar Pavese, nos da singular iluminación para el tema de los poemas elegidos en este ensayo.

Luis Perozo Cervantes, es un poeta zuliano, cuyos poemas sobre la muerte intento desentrañar en este ensayo. Él ama intensamente la vida, es amante de los placeres, de lo ético, de lo sensual, del ser humano y del universo. Con apenas 29 años, edifica un corpus scriptum, una gesta creadora de innegables creces, que descuella en el género poético.

Sus poemas sobre la muerte, son una aguda convocatoria que demanda el exilio interior frente a la desgarradora pesadumbre existencial que la muerte provoca. Son poemas que no podrán dejar indiferente al lector, marcados todos ellos por una sensibilidad estético-literaria admirable.

Indudablemente, este joven poeta, alcanza un vehemente y tenaz verso en el que despliega el aturdimiento y el vacío provocado por una muerte que cruje y chasquea entre el silencio y los vestigios que van desapareciendo de la vida; así, de esta forma poética, Luis Perozo Cervantes desahoga su perplejidad ante ella. Desahogo que no lo vive impune, es la suya una voz testamentaria de su tiempo. Es una voz que registra un timbre elocutivo e íntimo, en un lenguaje desinhibido, irreverente y heterodoxo, pues para él, la poesía es un acto creador solamente posible como un acto supremo de libertad.

Cuando la muerte asoma su carioso rostro, ya la vida es una entelequia, una irrealidad, ya no es posible vivirla, y en tal atormentada imposibilidad, el poeta gravita la senda acongojada y tortuosa que debe construir para conjurar la inmortalidad, en un viaje a través del poema que sobrellevará la disolución de las coordenadas del tiempo y del espacio.

Ya no se aceptan paisajes determinados, porque tampoco se accede ni se depende de  umbrales visibles. Todo, absolutamente todo, queda segado por un pensamiento en el que ronca y jadea la baraúnda de la muerte. Se desacraliza la naturaleza, y urge apoderarse de una peregrinación poética a través de la frágil luz en la que el poeta protege y defiende su humanidad, cuando vuelve su mirada hacia aquella cerrazón que no permite el regreso.

A medida que leemos los poemas, más se hace sentir la estremecida aflicción por la muerte.

DIOS NO BASTA PARA MORIRSE
(…)
un cuello de cruces no recupera nada
igual la soledad nos inmola
(…)
cada sonrisa que dimos es un gusano
y como la vida no tiene nada que ver con eso
no podemos pedir perdón a los ángeles
(…)
los tribunales no hacen juicio a la gusanera
nadie soporta el ronquido del indecente
no se aguantan, lo entierran a uno a los dos días
(…)
los más inteligentes, los más queridos, lo queman a uno
para evitarnos el disgusto del gusano 

Ya nada te corrige
te pudres y nadie espera verte
(…)

(De Prontuario)

Son poemas auténticos, genuinos; es Luis Perozo Cervantes un poeta que escribe con esclarecidas palabras y la multiplicidad de sentidos que ellas expresan; con impacto en cada verso en la sensibilidad del lector, por el tema, la sonoridad, el matiz de la voz que desde la página pronuncia el poema, los inesperados cambios de tono, la espesura, la provocación y la ironía del verbo admirablemente enlazados en el texto poético.

Es su palabra literaria, un grito poético que se entrega a la imagen de la muerte, con un fiero desasosiego que cede el paso al verso. Se hace negrura el poema, para descender a lo velado, y al hacerlo,  queda indefenso en completo desamparo el poeta. Y se queda solo, solo en la muerte y con la muerte, alerta, agudizando los sentidos hacia ese escondrijo oscuro que está siempre preparado para engullirlo a él y a todos, mientras cada palabra poética le trae las voces del silencio del final.

LA MUERTE ES LO INFORME
y su curación satura todos los recuerdos

el río que tiembla en la vela
el quiebre del rito en la voz
maquillaje final del frío

con la muerte, se hacen enormes las lagunas
se extienden a reinos musicales las sorderas
sonríen los aires fatales de la espalda

la muerte, que a lo inmóvil nombra
nos queda en la piedra de la memoria

el poema es informe
y su forma es la sombra
(…)

(De Prontuario)

Es esta poesía de Luis Perozo Cervantes, la memoria desdibujada entre la vida y la muerte que crea un espacio tan real como imaginario, en una zona desolada en la hondura del inconsciente, donde al poeta le gusta tanto andar y desandar, tropezando con un extraño ficticio y la sombría certeza de verse desterrado a la muerte propia y a la ajena, a su devorante arcano.

Un desasosiego que es una forma de hacer palmaria la nada, sin confundir esa angustia ante la muerte, con el miedo a dejar de vivir. No es una flaqueza pasajera del poeta la que entrevén estos poemas, es sin dudarlo, una disposición afectiva existencial que tiene la peculiaridad de atesorarse en la holgura de la palabra hacia el silencio de la muerte, y por ello, no le es permitido evadirse de su finitud y trata de rescatar la memoria de la identidad perdida, e incubando en el Tánatos, escribe el poema para expresar los rastros que la muerte deja en su interior, para aspirar a desanudar las ataduras de la nada, y el dolor no es punzada, es peor aún, es un vacío que desea llenar desde sus adentros con la palabra poética.

El mítico Hermes, lleva un caduceo en la mano, una vara rodeada de serpientes entrelazadas, con la que guía a los muertos a su destino final; Luis Perozo Cervantes, trata de arrebatarle la vara para evitar ese destino.

Pero la vida, no puede ser concebida sin su destrucción, la muerte; y no puede el poeta impedirle a la muerte que lleve a cabo su despiadada y feroz faena.

Que fácil pareciera estar vivo, sin embargo, hiere tan trágicamente el instante en que los ojos rotan hacia la oscuridad infinita, y la mirada empieza a oscilar entre las hilachas que van quedando y desprendiéndose de la realidad del vivir.

HE EMPEZADO A MORIR COMO SE DEBE
(…)
palidezco a los vientos nasales del desierto
rojizo, en el contorno, me espera mi cuerpo
éstas son las medidas dignas de mi tumba
una fosa común para la rosa
tornasoles y caleidoscopios obsoletos
pararrayos que ya no soportan su destino
tiempo de lluvia en hormiguero larvario
estos huesos que roncan de dolor como la noche.

(De Prontuario)

El poeta, en los poemas a la muerte del padre, permanece melancólico, y  se zarandea en el armazón de los versos. La memoria y su reflejo, el tiempo ido y la nostalgia coinciden, y desembocan en cada palabra con la que  intenta proteger el recuerdo del olvido del padre, manteniendo fuera del lugar las prohibiciones del tiempo cronológico.

VOY A VIVIR EN VOS
a buscarte en la tierra
donde se nos ocurrió ponerte

vos que no te merecéis tumbas
ahora tenéis una
olvidada en lo más cerca del recuerdo
orillada ahí, en el no quiero saber por qué
(…)
por vos estoy seguro que Dios no existe
clarito estoy
sino para que te morís tan pronto
de que le servís vos tan tullido allá arriba

(De Vos por siempre)

La fragilidad del ser, la enmohecida vulnerabilidad en el exilio de la muerte y su eterno despeñadero desde la sima del espíritu, se enseñorean en cada poema.

La muerte, los dioses y los fetiches religiosos, la convicción heideggeriana de ser un ser para la muerte, marca estos poemas.

NECESITAR DECIR ALGO, ESCRIBIRLO, NO DECIRLO
flores para todos los ausentes
un cuerpo cosmogónico de gordo y excitado
los fallos en la puerta de atrás, clavos con espinas
rodear con los brazos
la única camisa que la muerte ampara
tener los ojos cerrados, sin compungido gesto

los muertos no saben nada de la ironía
no fueron a la escuela, ni se burlaron
de los anteojos de un niño
para disfrutar no hay cursos
para los doctores de la academia de la muerte
no hay bacinillas
solo los buenos tiempos
donde las iglesias y los bares fueron vecinos
(…)
al morir nos arde la parte blanda de la memoria
los pobres no pueden llevar su muerto
los ves en el barrio y en el velorio
buscando para juntar las flores
(…)

(De Prontuario)

El revoloteo de la muerte reclama al silencio, mas el poeta Luis Perozo Cervantes protesta, reprocha, acusa y crea irrumpiendo con su grito poético, las voces de aquellos que una vez desterró la vida y atragantó el silencio de la muerte.

RECENSIÓN LITERARIA: Lydda Franco Farías. Hay un rumor de piedras un rumor desordenado y sin origen

Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
oírme,
está mi palabra.
Para ti y todo lo que en ti vive,
yo estoy escribiendo.

Vicente Aleixandre.

De la Sierra de Coro o Sierra de San Luis, en el estado Falcón, Venezuela, de una zona pródiga en bellezas generosas, donde se encuentran los lagos subterráneos más extensos del país, cuevas con grandes simas, salas y galerías, sacudimos del letargo al lector con un poema de la poeta falconiana Lydda Franco Farías (3-1-1943 ; 2-8-2004).

Seleccionamos para esta reseña su segundo poemario Las Armas Blancas, escrito en 1969, y dedicado al Profesor del Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Universidad del Zulia, Dr. Enrique Arenas.

Estuvo perdido muchos años antes de ser editado, y es su amigo el pintor trashumante merideño Emiro Lobo, quien logra rescatarlo.

Del poemario elegimos uno de los pocos poemas de extensión media, que intentamos titular tomando para ello el primer verso hay un rencor de piedra un rumor desordenado y sin origen, pues ninguno esta titulado.

Está dedicado a su compañero de vida, el fraterno guerrero y luchador social José Zabala.

He aquí el texto completo del poema elegido.

hay un rencor de piedra un rumor desordenado y sin origen
esta gravedad es como mi cráneo
como mi deseo de romper el cuerpo y salir alardeando
no es bueno morirse en una atmósfera así
ni claudicar por los cadáveres que floten
tampoco es bueno languidecer del todo
a veces me aburro y me identifico nulidad
pero miro esas gentes
las miro lavar el aire día a día
y me dan ganas de soplar el miedo
y patear el reposo de mis contradicciones
a menudo siento vergüenza de mi sed arenosa
de tantos muertos
decido sobreponerme
iniciar el rito de los otros   incendiar mis harapos
mis basuras
protagonizar escándalos
me recupero con lentitud
ando revuelta entre criaturas
que se arrancan la sangre   la sostienen
y la llevan a crecer con garras
aprendo a ejercitar mi susto
a martillar la soledad de arriba a abajo
extiendo la miseria la pequeña alegría
y digo nosotros y no yo

En el poema, la realidad es irreversible, la poeta anhela otro mundo, se angustia por no alcanzarlo; ella se adueña en su intento de un espacio imaginario con una particularidad genuinamente humana, en el que el claroscuro mensajero de las armas blancas, penetra en la concordia de los opuestos vida, existencia y muerte, equitativos y transformables que se enlazan a través de la discrepancia, manifestando uno lo que el otro eterniza, en que la caída y el tiempo se conservan por la búsqueda y el adueñamiento de un mundo, en el que se convocan las visiones esquivas y las indestructibles, las distantes y las inmediatas; en el que la muerte, el tema más humano por razón de vida, es el embebedor de toda trascendencia vital.

Para la poeta, la vida es a la muerte, lo que la lucidez al miedo, a la vacilación, a la incertidumbre.

(…) su poesía se ahonda y adensa; inaugura su tránsito al légamo del barroco donde la idea se cubre de carne y la carne se volatiza en sutiles apariencias; comienza el diálogo en trance órfico.      José Javier León.

Escrito libre de los recursos de la poesía tradicional, sin título, sin  mayúsculas, sin signos de puntuación, revelando su resistencia a seguir rígidamente los preceptos gramaticales.

Es un poema audaz, con ganas de sorprender, con una escritura palmaria y  reflexiva.  Ahonda en el silencio, la confusión, la consternación, la miseria, el miedo… con desasosiego por aquello que apenas puede ser pensado o figurado; versos oscuros, nihilistas, atrevidos; en un lenguaje implacable más allá de barreras con adornos o disfraces.

La indagación poética enérgica de la autora, nos descubre un poema apasionante, en el que su lectura aspira sacudir al lector sobre la existencia, con una poesía que la sabemos y la conocemos volcada en la consternación y en la rebeldía; en una lengua en la que la experiencia que se revela en la metáfora, es  certeza que se acopia desolada, en la que en cada verso, la voz de la poeta se ensancha en las reflexiones.

La vida desaparece al ser cautiva, un infrecuente ser se adentra  en la poeta y traslada a cada verso, el equipaje que ella ha atesorado en su tiempo de vida: sufrimiento, felicidad, renuncia, derrota, miedo, soledad… El tono mantenido habla de la vida y la muerte, siempre en vocablos vehementes, que son fragmentos de la realidad conmovedora e interesante en que vive Lydda Franco Farías.

Inquieta, con el alma en un hilo, heterodoxa, iconoclasta, con un lenguaje extremadamente personal, muy propio, muy individual, con ironía, sarcasmo, denuncia, en el que hablar es decir,  Lydda Franco Farías  nos regala este hermoso poema, que flota en un aire herido por un desasosiego existencial y rebelde que se adensa en cada verso, y se despliega en un monólogo donde cada palabra está cargada de gravedad y significación; poema que requiere de una lectura emotiva, atenta y reflexiva.

Lydda Franco Farías custodia fielmente sus querencias, las lleva a su poesía, con vehemencia, como afirma el poeta estadounidense de la corriente vanguardista inglesa Wallace Stevens: La poesía es un medio de redención, o como el destacado poeta argentino de la Generación del 40, César Fernández Moreno nos dice: Es movimiento y no quietud, devenir y no ser; y nuestra poeta está muy consciente de ello.

La mirada poética de Lydda Franco Farías y la mirada nuestra que lee este poema tan asombrosamente lúcido, deben reencontrase.

 María Cristina Solaeche Galera.

 

 

LAS  LLAMADAS. Por María Cristina Solaeche Galera

Desde mucho antes, ha habido un humano
que amaba juntando sus manos en súplica,
y las alargaba hacia una estrella
sin preguntarse si ello le producía gozo o dolor.
         Lou Andreas-Salomé.

Hace tiempo, casi cuatro años, Manuel había sido invitado a un congreso de Filosofía, y para asistir viajó a una ciudad a orillas de un lago.

La sala de las charlas estaba animada; el aire era aromas de lavanda y madera, y un suspenso cómplice como el remate de un atardecer envolvía el salón.

Los bigotes entrecanos, su mirada de ternura huidiza, una boca seria que tímida termina en una comisura sonriente, los lentes engarzados y un acento muy particular, le daban una belleza original a Manuel.

En la reunión, él habló sobre el existencialismo y su objeto de estudio la existencia del ser, sobre la corriente filosófica que sostiene como el ser humano persigue en la vida continuamente y con afán, la realización y la felicidad. Sobre cómo no podemos alcanzarlas nunca, y por ello, para el existencialista, la muerte nos gratifica concluyendo con esa búsqueda tan inservible como angustiosa. Sonaron los aplausos, y él agradeció con una inclinación que le dio tiempo a organizar sus emociones, pues la disertación había inquietado al público.

Al finalizar, Manuel levantó la mirada, se frotó los ojos por debajo de los lentes, y se detuvo detalladamente en la mujer que hablaría después, ella estaba escribiendo en un bloc amarillo. Tenía unas manos hermosas.

Ella habló del congreso con orgullo, de lo difícil que era trabajar en solitario, habló de esperanzas, de sueños, frustraciones y melancolías en la actividad que desarrollaba en ese campo de la Filosofía. Con aplausos, recibió la aprobación de los asistentes y el salón, que parecía haberse dispersado en mixturas de colores también aplaudía.

El murmullo permanente de las conversaciones del grupo, empezó a empañar los monólogos interiores que Manuel se hacía; hubiera querido trozar el aire y arrinconarlo para solamente oírla a ella. Con el corazón latiendo apurado, aspiró profundo.

–Llegar al amor es más fácil cuando se ha comenzado mostrando deseos de amar– se dijo para sí mismo.

Tenía la piel nacarada, con el color de la luna,  el cabello le caía ondulado y renegrido asomando a los hombros, las arruguitas que se le hacían en los  ojos adivinaban  frescuras maliciosas, un olor a violetas, un traje sastre formal, un liviano maletín y una voz firme y profesional con un dejo entrañable.

Y fue un tiempo de amor, de estremecimientos fascinantes, de gestos turbadores. Se amaron con el sol ardiente del verano, con la brisa, frente al muro de la ciudad, contra las corrientes del lago, a pesar de los recuerdos y en las ceremonias fantásticas del deseo. Se amaron con el corazón envuelto en entregas.

De regreso a su ciudad, entre colinas, todo comenzó un veintiséis de abril. Esa tarde,  la derrota se atravesó en la vida de Manuel, era un atardecer en la que largas y filamentosas nubes trinchaban el cielo.

Empezó a sentir a partir de ese día, un decaimiento, fiebre, dolores musculares, un adelgazamiento progresivo… En muy poco tiempo decayó vertiginosamente, la salud se le quebrantaba rápidamente.

Oyó el diagnóstico de los médicos como una afrenta, tenía plena conciencia del terrible diagnóstico que le dieron los galenos; la consumición de su cuerpo día a día, era inevitable.

Esperanzado al principio, llegó a pensar que la luminosidad de su amor lo sanaría; y como estaba enamorado, Manuel se llenó de plenitud, se llenó de audacia con la seguridad de sanar. Pensó que ese estado de postración era pasajero, y una vez recuperado, regresaría a la ciudad del lago, y volverían a amarse como antes.

Entre las citas médicas, las quimioterapias, las radioterapias, la alimentación intravenosa; y en sus ratos más serenos,  las consultas a las páginas de la Internet sobre su padecimiento, las conversaciones con compañeros en la dolencia, la vida le cambió radicalmente. Empezó a vivir entre postraciones, se entristeció, se rebeló, comenzó a hablar de su muerte, vivía compungido, extenuado, con un profundo desdén por la vida.

Había  envejecido prematuramente hasta el absurdo, atrapado en la demoníaca enfermedad.

Manuel llegó a encontrarse en una condición crítica pero estable, los médicos aseguraban que iba a seguir así el resto de vida que le quedaría.

– ¿Cuáles serían los sueños en el dormir de la muerte?– se preguntaba.

El tiempo y  la amenaza de la muerte lo sometían allí, detenido e indefenso; tenía la sensación de que la eternidad contemplaba como su mundo apenas se sostenía en un precario equilibrio, como si todo lo que lo rodeaba fuera tan frágil como él.

Apretando las rodillas y ocultando la cabeza entre las piernas tratando de hacerse un ovillo, Manuel se decía.

– Lo vertiginoso que puede cambiar una vida por completo, lo terrible que puede llegar a ser –

Empezó a no soportar las visitas, a despreciar las películas de acción en la televisión, le atenazaba la ansiedad por no poder encontrar una idea mejor que la de aislarse y no volver a verla ni comunicarse con ella, y así hizo.

Manuel se recluyó donde ella no lo hallaría; optó por la retirada en el amor, por la resignación, la frustración, no le quedaba alternativa alguna, era desesperante su situación.

No encontró otra opción, no le revelaría a ella su enfermedad, la que se le había vuelto la verdad de su vida, la que desde su nacimiento ya estaba escrita en su cuerpo. Y no volvió a comunicarse con ella.

Mas de tres años han transcurrido desde la última vez que se amaron. Se recordaban sin tregua, cada uno era la explicación de la vida del otro, era el último párrafo de sus existencias amorosas y el más real y auténtico amor. Ambos llevaban en la piel el reverbero del amor.

Aquellos fueron tiempos de desdicha. Enfermos como Manuel mejoraron, otros desaparecieron de la memoria de los vivos…es la natural disposición para el vivir o el morir.

Pero el cuerpo es un mecanismo misterioso, y ciertos padecimientos no se logran entender a cabalidad, y Manuel se recuperó sorpresivamente de una forma fantástica.

La noche está tan despejada, que si hubiera sido creyente, habría creído ver volar querubines.

Salió a la calle después de dos años en cama y mas de uno de reposo. Fue una sensación extraña, hasta el  movimiento de los automóviles, la agitación de los transeúntes y el desparpajo de los vendedores ambulantes, todo le resultaba a Manuel caótico. Acostumbrado a la reclusión y al silencio de una habitación, apenas interrumpido por las salidas a las sesiones de quimioterapia, y luego las de radioterapia, el ruido le resultaba confuso y exasperante. Pero él no se resignaría a una vida sin ella; se había salvado de una muerte mediocre y cruel como lo son todas las muertes, y en su caso, de una muerte prevista, esperada, soportada como una de las tantas fatalidades del destino, y el amor lo empujaba alegre.

Ella, allí en su ciudad encendida por sol a orillas de su lago, mostraba un rostro cruzado por el extrañar, anhelaba encontrarlo y amarse; amarse mirando ella al cielo, mirando él a la tierra y el viento alrededor.  Desde hace tanto tiempo no había sabido nada de él, de su Manuel. La inercia en el amor, la vivía con un sentido de vacío, no acertaba a explicarse su ausencia.

Y como si en un oráculo estaría escrito, de un día para otro, se decidió a buscarlo y encontrarlo. Estaba resuelta a retomar con valentía el curso de su vida con Manuel, no podía olvidarlo. Se prometió llamarlo, había logrado conseguir hace unos días, por fin, su número que en el tiempo había cambiado varias veces.

Por su parte, Manuel no cejó un instante desde el momento en que se sintió sanado de su dolencia, en buscarla y tratar de hallarla, y logró obtener su nuevo número telefónico.

En el recuerdo, ambos se habían buscado; en los recodos del pensamiento, en la habitación cerrada  hace tiempo, entre las enredaderas florecidas del jardín,  en los salones, en el vecindario…

El cabello que había perdido con las quimioterapias, había crecido de nuevo,  y se veía fuerte e increíblemente vigoroso. Ese día, duplicó el multivitamínico, sin dolores musculares, y ya sin el manotaje de las enfermeras; estaba deliciosamente atrapado en lo que se proponía hacer, en esa vibrante ansiedad del amor. No era nada descabellada su idea, así pensaba Manuel y se decía para sí mismo, que el único aliciente de la vida, en definitiva, es el amor, que es él la verdadera alma que nos hace escapar al menos momentáneamente de la muerte, que el placer de amar derrota lo artificioso de la vida y descubre la verdadera esencia del existir, y se decía, que de eso se trataba la historia de la humanidad.

El azar es demasiado vasto como para dejarlo en libertad a la suerte, y ambos recordaban, que ellos habían declarado el jueves como el día mágico de la semana, y las diez de la noche como la hora más idílica.

Manuel se propuso llamarla exactamente ese próximo jueves y a esa hora.

Ella, sonríe para sí misma pensando en lo que haría esa noche del jueves entrante a las diez de la noche. Estaba decidida lo llamaría. Después de tanto tiempo, no podía evitar que el susto se le alojara en el pecho. Ya la tristeza y las dudas, no la agobiarían mas, esa muralla casi infranqueable la derribaría, era un deseo, un placer anhelado, un secreto que deshebraría.

De manera que ahí se encontraban, Manuel y ella, en un universo pleno de emociones. Ambos se dan cuenta, del tiempo que  llevan amándose.

A ninguno de los dos les cabía la posibilidad de que fracasarían, no era un antojo ni un desatino para ellos; las mismas voces se encargaran del amor que el tiempo los mantiene unidos.

La noche había caído mansamente. Sin vacilaciones, ambos, Manuel y ella, cada uno por su lado, marcaron los números.

Y ese jueves, el día más mágico y hermoso de la semana como habían pactado que era, a las diez de la noche en punto, en la hora idílica, repicaron los teléfonos.

Por algún resquicio de lo ignoto, el amor suele reencontrar a los amantes.

Autora: Henn Kim Pais: Korea del Sur. Técnica: Ilustracion digital Año: 2018

LA MISERIA

Yo sé que
la miseria respira
sé que no delira
es vigilia permanente
yo sé que
no es engaño
es certeza
es resuello agrio y violento
atrincherado en el corazón del pobre.

Se empina la luna
disputan las estrellas y
bajo un impávido cielo
el tentáculo de la miseria asfixia.

Yo sé que
el ricachón ventrudo
esparce la cerrazón de mortajas
esclaviza a su antojo y
la pupila del pobre se paraliza en
el ala de su mirada
la pesadumbre agobia y
la desesperanza se adueña del
hambre en los párpados.

Yo sé que
la miseria está siempre desnuda
castamente desnuda y sola
extenuada desvaría sueños
yerma agoniza sobre
la espalda hambrienta y atristada
del necesitado.

Yo sé que
bajo los cendales de la tarde
el tiempo gotea lento en la penuria
y en su tic-tac tic-tac
languidece la vida del pobre
mientras el rico regodea
en su vértigo de sevicia.

Color de medio luto tienen los días.
¡Huir!
¡Escapar!
¿A dónde?
¡De congojas es el muro empalado de la miseria!
Los cielos siempre de espaldas.

María Cristina Solaeche Galera.

Autor: Pablo Picasso Título: Mendigos junto al mar Año: 1931 País: España.

LAS SORTIJAS DE LA TRANSPARENCIA – María Cristina Solaeche Galera

Yo me consolaría si pudiera
verla, tres horas, dos, una siquiera,
aunque en ese momento de ventura 

Me cegase la luz de su mirada

Cruz María Salmerón Acosta

Esteban llega después del trabajo como todos los días de lunes a viernes, a su apartamento casi solitario.

Allí queda un perro, que una tarde, mientras Esteban y ella paseaban por una callejuela, encontraron desvaído y hambriento, y aún así les movió su cola; ella amorosa, recogió, cuidó  lo llamó Argos diciéndole:

– Te llamarás Argos, nos reconociste sacudiendo tu cola, como el perro de Odiseo en su regreso a Itaca–

El edificio tiene veintidós apartamentos, y en realidad, él no tiene relación alguna con los vecinos. Ella era la que asistía a las reuniones del condominio; él apenas intercambia en el ascensor una sonrisa inofensiva, y un lamento banal sobre la situación del país.

Al entrar al apartamento y cerrar silenciosamente la puerta, Esteban se va desprendiendo de casi todo, como un árbol seco de sus hojas; sobre la pequeña consola de la entrada deja las llaves, los lentes, el bolígrafo, el peine, el celular, las pastillas de menta, el documento de identidad, y sobre el suelo el maletín.

Mira en torno, sacude la cabeza para espantar tristezas. Prende el aire acondicionado, se quita el saco, la corbata, y se arremanga la camisa.

Quedan los muebles colocados tal como estaban, sus propias pertenencias y las de ella, el resto está vacío, vacío de ella, vacío de su aire y de su tiempo.

Ni los libros en desorden, ni los cigarrillos colmando los ceniceros, ni las notas de los boleros lagrimosos, ya no aparecen las manchas de lápiz labial en la almohada, ni se oyen los tres timbrazos en la puerta a su llegada.

En la cocina, silenciosa, sin el ruido mineral de los cacharros que ella laboriosa trasteaba, Esteban se prepara un café, y con la taza humeante se sienta en la pequeña mesita; enfrente está la otra silla, está vacía, es la de ella.

No descubre nada en derredor que no sea el recuerdo de su imagen, y cavila.

–Cuanto más intenso ha sido el amor, más intensos y exaltados son los recuerdos–

Lo invade una sensación de cansancio, de somnolencia. Después de tomar el café, se encierra en su escritorio con una botella de vino y una copa, le ha dado por beber en la copa de ella, y en el estéreo suena la última obra orquestal de Mendelssohn, el concierto de violín.

Saboreado el vino y disfrutada  la música, Esteban se siente algo sereno, y con paso aligerado y un recelo que no puede evitar nunca, entra en la habitación que compartió con ella.

Se acerca al espejo del tocador que tantas veces la reflejó con coquetería, y contempla Esteban su propio rostro; se le antojan extrañas sus facciones, ya no son las mismas que ella acariciaba. Se inquieta, se da cuenta de que no guarda en su memoria su propio rostro acariciado, y clava sus ojos en la mirada neblinosa que desde el espejo también lo mira.

Una sensación de finitud, como si la mente se fragmentara y dispersara en recuerdos de un momento o de otro, lo asalta.

Detalla cada objeto sobre la peinadora: un alhajero, una rosa artificial y retorcida sobre un primoroso florero azul, unas tijeras, un cepillo, todo ha quedado donde lo dejó.

Cuando llegó el médico, ella ya había muerto. Esteban desde hace un tiempo, duda del carácter definitivo de la muerte, es el dolor y el extrañarla que lo hacen vacilar. Lo que más lo agobia, es que muriera cuando más dichosos eran; todavía recuerda con exactitud y angustia, los sonidos de las dos palabras rotas con la que ella se despidió de él, y en voz baja para si  mismo se las repite.

Le cuesta mucho, demasiado quizás, la idea de vivir sin ella, suele antojársele a veces imposible pero no le queda otro remedio, es el instinto del vivir y tiene que sobreponerse a este día, como se sobrepuso ayer y anteayer y tendrá que hacerlo mañana. Los tiempos en que de amor se moría, ya habían pasado si es que existieron.

Cansado de un día de agotador trabajo, Esteban se acuesta; conserva su lado de la cama, el otro lado reclama silencioso la ausencia; ajusta la hora en el celular y trata de dormir, mas es inútil, se queda despierto hasta cerca de la madrugada dando vueltas en la cama con apenas la luz tenue de la lamparita.

Toda la noche agitándose, explorando en su memoria la imagen de un rostro, de una mirada clara de mar en calma, de una falda azul floreada, de una mano con dos sortijas y una sonrisa cómplice. Quiere abrazarla, pero aunque agita los brazos y mueve los labios, no le sale la voz y los brazos extendidos  envuelven el aire.

Los recuerdos como pájaros revoloteando, se esconden y vuelven a mostrarse, no le permiten conciliar el sueño y cuando llega el alba lo encuentra adormilado; es una mañana clara y húmeda de septiembre, en la que ya se adivina la lluvia del atardecer.

Ella murió un marzo, en una madrugada agonizante, Esteban enloqueció de dolor. El tiempo se empeña en esconder su desconsuelo en el olvido. Se da cuenta, que cada día desde que ella falleció, no ha logrado que su imagen le sonriera desde el recuerdo.

Era jueves, ya muy tarde, había anochecido, y Esteban se entretenía leyendo un libro de mitología, que un colega del trabajo le había prestado el día anterior.

Inesperadamente oye tres timbrazos en la puerta, – fueron tres timbrazos – pensó: tan iguales a los que ella acostumbraba a tocar cada vez que llegaba, que el corazón se le aceleró.

Desconcertado por la hora y sus alocados pensamientos, se apresura para abrir; Argos se levanta enseguida y moviendo frenéticamente la cola en señal de alegría, llega a la puerta antes que él. Al observar la conducta del perro Esteban, más confiado abre la puerta.

Allí, en el umbral está ella, es su imagen traslúcida, poco menos que real, es transparente, totalmente trasparente, el rostro, la ropa, los brazos, las piernas, hasta los zapatos son transparentes, toda ella es una transparencia; pero los ojos, los ojos no, la mirada clara de mar en calma, es cálida, tan hermosa como la recuerda Esteban en la última mirada que ella le dirigió.

Es ella, sin duda alguna, hasta Argos la reconoce y agita alegremente su cola intentando sin lograr olisquearla.

Es una transparencia, es traslúcida toda ella excepto los ojos; él puede ver a través del vaporoso vestido azul floreado, entre los vuelos se insinúa su cuerpo, ese cuerpo que tanto había amado.

Esteban estupefacto, ansioso, perturbado y amoroso de nuevo, no acierta a reaccionar. Sabe que debe permanecer en silencio, la transparencia no mueve los labios, no emite ningún sonido.

De repente, ante un Esteban atónito y perplejo, ella extiende su mano trasparente con dos nítidas sortijas, toma la mano de él y se la lleva a su propio corazón sin dejar de mirarlo, después, lentamente, la apoya en el corazón de Esteban que late sobresaltado.

Repentinamente, un cambio de tonalidad en los ojos de ella que resbalan lágrimas, la transparencia se desvanece, se disipa lentamente ante un Esteban aturdido, amoroso y confundido, que queda con su mano sobre el pecho, cerrada y apretada, muy apretada; vacila, contiene el aliento, poco a poco abre la mano, allí, en su palma,  brillan  las dos sortijas de ella.

A partir de ese día, todas las noches, antes de acostarse, Esteban espera ansioso a la amada transparencia; Argos echado a su lado también está alerta.

El sonido del timbre permanece mudo, la inquietud lo angustia, la impaciencia lo agobia; hasta el perro camina nervioso de un lado a otro, y suele pasar largas horas echado junto a la puerta alerta al más leve ruido, también él espera a la  mujer que lo había cuidado y querido.

Esteban espera, espera y espera. El desasosiego lo consume, el timbre no suena, enmudeció. Igual sucede durante varias noches, de varias semanas, de varios meses; no se trata de comprender, no tiene alivio Esteban y desconsolado piensa: «Esa mirada clara de mar en calma, quizás llora conmigo la ausencia«.

Una de esas noches de espera, sentado en su sofá, Esteban con su mano cerrada y apretada sobre su corazón, cierra los ojos; de repente, siente algo cálido en la palma de su mano cerrada, entonces, solo entonces, la abre, allí brillan las dos sortijas.

En ese momento, supo que ella no iba a volver nunca, que una segunda vez partía sin él, que no regresaría jamás.

La negrura de la noche desciende callada, y la luna orgullosa se empina en los cielos.

Y a Esteban se le hizo el amor, más amor, más hondo y doloroso.

María Cristina Solaeche Galera.

Autor: Alex Dukhanov
Técnica: Fotografía
Título: Niña del bosque oscuro retirándose