Si la vida navega siguiendo el curso de las aguas
y la muerte a contracorriente
no podemos conocer la desembocadura.
Si la vida navega a contracorriente
y la muerte siguiendo el curso de las aguas
no podemos conocer la fuente.
Vladimír Holan.
Olvidar en el agua la espesura del cuerpo
ceder las quemaduras
anegar esta dura conciencia de los días que desgasta.Sentir todos los muertos
naufragarlos.
Sosegarse y volver al viaje que dejamos.
Eleazar León.
Alexis Fernández Quintero, es un poeta Ad infinitum, es y será poeta sin límites, hasta el final de su existencia.
Puso a mi alcance, su poemario Memorias del caudal; después de leerlo, quedé prendada de sus poemas, hermosos todos, intensos todos, y me propuse escribir sobre esta obra poética. Este escrito, es el resultado de su lectura y exégesis.
Desde el poema inicial de la obra Memorias del caudal, su autor, el poeta santabarbarense Alexis Fernández Quintero (16 de julio de 1951. Santa Bárbara, estado Zulia, Venezuela), crea un lenguaje de vivencias, un lenguaje que podríamos llamar de hecho, el de la naturaleza; en un tiempo que peregrina entre el pasado y el presente, que imbrica recuerdos de hechos pretéritos y actuales del mundo en que vive la poética de la sensibilidad de este escritor. La idea central del poemario está ya señalada por el título, y se mantiene signada en todos los poemas.
Cada poema aferra el cosmos que rodeó y rodea el mundo santabarbarense del poeta, cada uno debe leerse en función del resto, y el libro como todo un poema holista, en que cada verso va escuchándose en sí mismo lo que el río, el agua, los antepasados, los árboles, los pájaros, el paisaje… van confiándole, expresándole lo que fue y es el destino de esa región del sur del Lago de Maracaibo, abrazada por el caudal del río Escalante, logrando el poeta, un excelente equilibrio entre la subjetividad y la objetividad.
El poeta Alexis Fernández nos rememora en Memorias del caudal, a sus ancestros, a la madre en la que florecen sus consejas en las orquídeas, al padre tomando en sus manos la noche y regresándolas a la luz, al río, a las palabras del vendaval, la plaza, las ranuras de las cañabravas, el cementerio con sus cruces y capillas, los árboles del patio en los que se estremecen cuerpos, el baúl de ceiba, las piedras del fogón, el aguazal, los pájaros de mal agüero, los ecos del agua, las tinieblas de los cuartos donde se reía y se lloraba; todo lo escribe en un tono encantatorio que da toques mágicos al poema. Cada verso pone en evidencia, la necesidad existencial que le urge, que apremia al poeta, para expresar las épocas que vivió y aún se viven, su universo personal en composiciones poéticas que son fruto del temple de ánimo que surge y lo invade al escribirlos, en un lenguaje imagen de las vivencias sensitivas en el sucederse del tiempo, en el que la temporalidad es determinante en la obra, tal como la considera el filósofo alemán Heidegger en su obra Ser y tiempo, en la que el sentido de ser está íntimamente dependiente del tiempo. Así, a través de sus memorias que viajan en la corriente del caudal del río Escalante en el tiempo, Alexis Fernández, recupera las pisadas transitadas, las hace sobrevivir en el turbión del tiempo que se empeña en sepultarlas y levantar los muros de las ausencias; el poeta las convierte en experiencias del presente a través de la realización estética del verso.
El poeta destruye la continuidad del tiempo encadenado para construir un instante complejo, para unir sobre ese instante numerosas simultaneidades. Gastón Bachelard.
Hay tres tiempos, presente de lo pasado, presente del presente y presente del futuro. El presente del pasado es la memoria; el presente del presente es la visión, el presente del futuro es la espera o la expectación. San Agustín.
En el poemario Memorias del caudal, Alexis Fernández logra un muy singular dominio de las figuras literarias; con una riqueza de imágenes sensoriales: auditivas, visuales, táctiles y hasta olfativas en la imaginación del lector, escribiendo poemas que destellan el lucimiento y la rebeldía de la naturaleza, en un mundo de agua y de nostalgias.
Alcanza elocuentes metáforas que hacen afines vocablos opuestos o lejanos La mudez entonces / es llovizna en los ojos. La lágrima esa que baja / a beber de tu rostro. El terco lirio / sobre las aguas hace su recuento. Pero no se agota allí su creatividad, relucen la prosopopeya y la prosografía, figuras retóricas que atribuyen cualidades humanas a seres no humanos, haciéndoles poseedores, del lenguaje la primera y centrada en la descripción, en la écfrasis de los rasgos exteriores la segunda; los neologismos, en este poemario son varios, son giros nuevos que nacen en una lengua originada en expresiones de la lengua andina materna, y otros, son palabras de ese universo que el poeta lleva en su interior, todos ellos alejados de significaciones oficiales o triviales; los quiasmos, que ya desde el mismo título, al disponer en órdenes inversos dos secuencias consecutivas con el entrecruzamiento de las palabras de Memorias del caudal, en Caudal de las memorias, estamos en ambas versiones por igual, ante un río, que en su corriente lleva las memorias del pueblo santabarbarense resguardándolas en su caudal, convocando desde sus riberas temporales y espaciales las evocaciones emisarias de nostalgias.
Los poemas se solazan en cada uno de los versos, con la misma pertenencia con que el agua va relamiendo el pueblo, el río de la infancia, el de los muertos, el de las ausencias. Como el río del filósofo griego Heráclito, personaje conocido como El Oscuro del Éfeso, que afirma: Sobre aquellos que se meten en el mismo río pasan aguas siempre distintas y las almas se alzan exhaladas de lo húmedo; es un tiempo el de los poemas, donde todo fluye, donde somos y no somos.
El río Escalante, columna vertebral por donde transita el agua de los recuerdos, las humedades de la memoria; no es un lago estático, es un río en agite continuo y cuyas remembranzas avivadas en su caudal, el poeta intenta protegerlas del olvido y revivirlas con la palabra poética; siempre con la naturaleza como el telón de fondo de esos sus viajes interiores, en los que la poesía es el discurrir sobre el río de sus propias evocaciones.
Caudal que deshace la casa de arcilla
Cauce que funde el patio de grea
Escalante de tus aguas más adentro del sueño
Hay una madre de agua que bebe de tus ojos
Eres el río que se mete en la casa
Eres el río que sale del sueño
El poeta descubre y hace tomar cuerpo a la misteriosa esencia humana, de las cosas y de los animales, la relación entre lo visible y lo invisible, la relación entre los acordes secretos. Vladimír Holan.
El agua está siempre presente en la obra de Alexis Fernández, tanto en la narrativa como en el poema. Recordemos el poemario Caligrafías del agua, que reúne tres poemarios: Linaje del Sur, Costa Lejana y Árbol de Sombra, en el que encontramos versos como este: Sólo una escritura humedecida / que grita desde su ansiedad, y ¿Cuánto de mar / hay en un cedro / si la brisa en su ramaje / desencadena tormentas?; la novela Turbio Fontanero: Del agua somos, hacia el agua vamos (…) El agua es nuestra naturaleza (…); Días de Gracia, en donde con una prosa en trance entre la poesía y la narrativa nos dice el autor “Está presente como un pálpito, el mundo acuosos y mineral de mi infancia”; La casa de la bahía, que en el mismo título nos conduce al agua , a la ensenada, al estuario.
El agua, su agua, funda el entramado verbal del poemario. Tiene un claro simbolismo este vocablo que representa en el poemario, los extremos: vida y muerte, fertilidad y extinción, vitalidad y finitud. Es la enjundia que lleva a la claridad, a la transparencia, a la reducción de la sombra, pero también, a la mancha, al lunar, a la mácula que ensombrece la huella del hombre. La tierra y el agua se enlazan y se retienen, gritando sus voces a través de la voz del entorno del paisaje en cada poema.
Nos encontramos con una espléndida riqueza en la sinonimia de la palabra agua, se acrecienta con un sinnúmero de vocablos; entre ellos hallamos algunos como: aguazal, chubasco, inundación, temporal, invierno, vendaval, intemperie, nublado, llovizna, viento, navegar, granizo, niebla, garúa, aguacero, manantial, neblina, cuenca de un lago, niebla, lluvia…
Omitir las inundaciones de julio
para no andar con las cruces
del cementerio entre los pies,
para no tragarme la cal de los muertos
que siguen mirándome más allá de
ese invierno sin tregua.
Invoqué en el silencio de mis oraciones
la potestad de un octavo día
cedido al relámpago del Catatumbo
como un noble tiempo
donde aplacaran su furia los Demiurgos
del cielo.
Me comí las palabras del vendaval
para no andar en zancos en los patios,
para no desandar en la intemperie
y esa embarcación que tomé a tientas,
a palmos de lo nublado
es proa a pique
es continuo destierro de mis huellas.
Al hacer memoria, al mirar hacia atrás, al evocar, el poeta Alexis Fernández, vuelve a caminar sobre las pisadas del pasado y revivir en los versos las voces de sus difuntos; resguarda la sombra sobrenatural de la eternidad, encarnándola en la naturaleza santabarbarense, trayendo al presente los misterios de mas allá de lo oculto. El amor y el misterio se enlazan en el hondo lugar de la mente humana, donde la muerte, en las voces que resucitan de los seres que fallecieron, se asoman y manifiestan en las visiones ancestrales de los pájaros, los árboles, las casas,… y en ellos mismos que renacen de nuevo en cada verso.
La casa de recia cumbrera
contra los vientos de enero ya no está.
Sólo una charca agrillada
con la hierba al ras de la rodilla
soporta mis pasos.
Sin embargo abro la puerta.
Camino en las filtraciones
de la palma real que hace luz a mis pasos.
Tomo agua de la tinaja
donde abreva la lagartija
y palpo la sed de mis hermanos
que ya no están si no prendidos de las cabuyeras.
Veo a mis padres
haciéndose los dormidos,
bajo la órbita de un beso entrañable,
unidos en un abrazo bajo las estrellas
mientras la noche
avanza en las rendijas de las cañabravas.
¿Qué estrellas unen su fulgor
mientras juegan a los dormidos?
¿Qué ríos navegan en sus sueños
ahora cuando no están
y aún danzan en las tinieblas del cuarto?
A esta hora mis padres
juntos en ese abrazo de la sombras
trasponen el cancel
rumbo a las tinieblas del cuarto
donde todavía juegan a no ser vistos.
A estar sólo en el ojo de la tórtola.
A ser rayo en el musgo.
A ser hoja de cedro mitad de la tormenta.
¿Cómo saber cuando no estás,
si aún detona la guacoa en el barzal?
Si en su patas se enreda
la huída de la hurona,
si entre silencios huye el aguantapiedras
si en su visaje sangra la higuera.
¿Cómo
si cuando no vuelves
hay un temblor de pisadas en el bosque?
El río del poeta, su río Escalante, que remonta desde el páramo La Negra, en los andes tachirenses y desemboca en el Lago de Maracaibo, atravesando el terruño del escritor y el lacustre paisaje de Santa Bárbara; con sus olvidos y evocaciones entre sus dos orillas, de un pasado de agua a un presente de agua, fundiendo la frontera entre la vida y la muerte.
Hay un río
en la garganta del juangil,
cuando se nombra a sí mismo,
cuando tira de lo aciago.
El río regresa turbio
y estalla el caudal en sus venas.
¿Dime si no lo escuchas
cuando truena
y él apaga su canto?
¿Dime si no es esa grima
que se deshace en el torrente,
la que lleva ese destello
en la garganta?
Ese pensado
en la mudez.
Esa ingravidez
de canto y plumas,
no tiene peso
más que el cuerpo de su canto.
Una sola de sus plumas,
grava más que su cuerpo.
¿Dime entonces
como eleva sus endechas
en esa intemperie que nos aguarda?
Los árboles, sus árboles, con los que crea todo un sistema de símiles y metáforas vírgenes, que plasman memorias, visiones y añoranzas.
El pardillo Esa mesa de pardillo rojo / que hace de repisa de sahumerios / arde en su corteza con sigilo, el cedrillo El mocho de cedrillo recostado al dintel, / guarda del descanso a los dormidos, / anda a tientas en la sombra, la ceiba Los baúles de ceiba / donde se apareja el adentro, / es ronca tumbadora en la niebla, el lirio de agua, la majagua y sus parientes los platanares, las cañabravas Los almanaques / en el temperamento de los astros / fijaron celebraciones / en la tiza de las cañabravas, las ortigas, el musgo En el musgo crecido en las tinajas / hay espejos hundidos en sus barbas, la pomarrosa, el mugí La cruz de mugí del tinajero / centenaria en su hincadura / duele más donde no se aplaca la sed, / donde velan las vírgenes de las ventanas, la higuera Ahora cuando la higuera / gira en el bosque, el curarire Viajan en el hollín, / en la lumbre de las ranuras del curarire., las pomarrosas…
¿En que lugar de mi sangre
andan las pomarrosas del patio?
¿Dónde se juntan sus copos de azúcar
cuando esa centella de la tarde
enmudece con su luz?
El jobo rojo La hoja del jobo rojo / o del árbol ensimismado bajo la lluvia / tarda en caer ante mi paso.
Volverán en las muescas
que dejan los candeleros.
En el taño de los árboles.
En la hoja que sigue en la brisa sin caer.
En el canto de la tórtola
anidado de sus decires.
Las aves, sus pájaros. En el poemario aparecen aves de mal agüero en las costumbres de la superstición del campo.
La guacoa y el juangil con sus cantos.
La guacoa y el juangil,
inundaron su grito en el alambre de púa.
Algo de su canto
aún rueda en el barzal,
en el chasquidos de las majaguas
en la llovizna de las cepas,
en la herida de más adentro.
Cuando cantan,
pasa el visaje de lo oscuro,
roto en la púa,
enredado en su lamento.
El juangil la casa es siempre vertida / al caudal del Escalante / en la garganta del juangil.
Otros pájaros como la tórtola.
¿Dime
sino es la tórtola,
la que serena la tormenta?
La que de adentro cuando truena,
la de afuera cuando no escampa.
¿Dime cuando enmudece
si no desandas?
¿Dime cuando germinan las brozas
si no escuchas su canto,
más allá del barro
donde el juangil guarda su lamento?
El aguantapiedras Más brusco adentro / el aguantapiedras lleva su república. (…) hay un caballo soberbio / en el castaño de sus ojos, el pitirrí, el oscuro guamí ¿Dime si no es esa guazábara / la que quema tus ojos / cuando el guamí raja su canto?, el raboblanco hundiéndose en el montascal, el Dios-te-dé, las tintojeas el colegio de los potros /comen hierbajos con las tintojeas en sus/ lomos, el pájaro león y alimenta al pájaro león con su mirada, los gallos Cuando el acorde de los gallos / es astilla entre los árboles…
Los personajes, sus personajes, como Lucinda, una mujer que atiza campos en la niebla.
No quieras sentir cuando no estés.
Es más largo el suplicio
en los ojos de Lucinda
cuando descuida la memoria
Ella más allá de tus ansias nombra
la ausencia.
…
No está el fogón
las piedras dicen de otro fulgor.
Aún las brasas están encendidas.
No se si en la esquina
donde Lucinda atrapa sus destello.
O en la piel donde se hizo candela.
…
Lucinda atrapa sus destellos
en el hollín del fogón
cuando se desvanecen sus presencias
en los agujeros volátiles del mediodía.
Chumba Ebi Onésimo, tres personajes en uno, en dos, en tres… habitantes de la infancia del poeta, quienes respaldan el arrojo y la intrepidez de las fundaciones, y despliegan la fiereza de eternizar la incitación del ambiente. Permanecen retorcidos en los taños de los árboles, aparecen con los aguaceros y desaparecen en el paisaje.
Trabajadores del campo cuya piel y ropa, sudor y gestos se corresponden con los oficios del agro: al trajinar esos oficios (jornaleros, peones, jinetes etc.) reproducen esas mismas prácticas en sus presencias.
Nadie nombra al descampado,
nadie que no sea Chumba,
Onésimo o quizás Ebi,
lleva las señales al muelle,
sólo un grito incinerado en el limo,
un grito donde no se oye.
Chumba Ebi,
adelantan sus pasos
en la mancha de las cepas de plátano,
en el charco cuando desvanece sus huellas,
allí oscurecidos siguen sin regreso.
Onésimo
desata ríos en las cacimbas de Santa Elena.
Habías dicho que Ebi
Chumba
no estaban
si no que eran parejo con lo ido.
Onésimo
en lo marrón de la mancha,
a palmos de ausencia,
sin llegar de lo perdido.
Aparece en la dedicatoria del poemario Memorias del caudal, Israel Ríos, un personaje icónico emparentado con Chumba, Ebi, Onésimo.
Para Israel Ríos
el caudal que nombra tus sueños
lleva notas en el abismo de sus latidos
en esa lágrima asida de nube,
en esa soga de ninguna bestia.
Y cuanto más impalpables son estos personajes, más presentes permanecen en las memorias del poeta, desliéndose en el paisaje y gritando retadores desde las ausencias, empecinados en no ser borrados de la memoria del poeta.
Un personaje legendario, Orión, alusión de la mitología helénica al gigante hijo de Poseidón y Eriale Adentro Orión / encandila las ranuras del misterio.
La hora nona de más acá,
es el cauce hecho de piedras.
En las hogueras de la hierba
Jesús Ríos advertirá las señas de Orión.
Ese hueco en lo nublado
es la ronda de las cigarras en la niebla de la tarde.
Es el agujero del juangil
cuando el caudal viene de regreso.
Sabes que la tarde camina
devorándose en los ojos del lechocero.
Los lugares del poeta, sus lugares, las callejuelas de Puerto Concha, el pueblo de Garcitas, “la ciudad inclinada” sepultado por el río Chama, y señalado el lugar por las garzas que anidan en la cruz de la iglesia que sobresale de las aguas, el Congo Mirador, la tierra tentadora de Onia…
Dejé de nombrar,
el ojo de agua de Santa Bárbara
a palmos de respiro,
las callejuelas acienadas de Puerto Concha,
la crus de Garcitas arrasada en la niebla,
las casas del Congo Mirador
a nado en las aguas,
el chubasco de Santa Ana
comiéndome la garganta,
para que no tronara aquí adentro.
(…)
Lo mismo Onia,
esa tentación de la tierra
que regresa en los frontales de los cedros,
sin percatarme que es rezo
adentro en el temporal.
Dices
desde adentro
para que no llueva en el barzal,
para que no caiga granizo
desde Onia.
El poeta ha creado un mundo de singular belleza, que los símbolos hacen transparente. El árbol cósmico, las aguas sagradas, la tierra-madre, las casas, forman parte de ese mundo trascendente y eterno. Lilia Boscán.
Como alguna vez dijo Gabriel García Márquez: “…escribo para que mis amigos me quieran más”. Salvando las distancias hago mías esas palabras del Gabo. Me gustan los lectores que disfrutan al leer un texto. Ser poeta es una inequívoca posición ante la vida: abismado ante el sortilegio de la vida y dispuesto a vivirla en sus más diversas expresiones.
Aún no he nacido
y ya navego
en el ardor de un beso entrañable.

Memorias del caudal. Alexis Fernández. Fondo Editorial UNERMB. Colección Poderes creadores del pueblo. 130 págs. 2018.
Prólogo. Viajeros cubren las distancias en Memorias del caudal de Alexis Fernández. Pedro Cuartín Torres (1949-2016) Coro. Estado Falcón.
Ilustración: Memorias del caudal, por Ender Cepeda. Técnica: Tinta china sobre papel. Año: 2012.
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